Quizá compartan mi visión.
Cuando me junto con un pirata, me genera cierto “respeto” cuando se reconoce como tal y evita venderse como honesto o, peor, como un santo o un patriota.
Por el contrario, cuando el pirata dice sentirse ofendido en su honor, lo único que me provoca es rechazo y desprecio. Porque si sos pirata, por lo menos no ocultes tu pata de palo, tu parche y tu garfio.
¿A qué viene esto?
A que acabo de leer las declaraciones de un conocido un pirata tridimensional (es decir, un pirata lo mires desde donde lo mires) que ahora dice que siempre se portó bien y hasta reniega de lo que fue.
El pequeño problema es que hay testigos de su piratería, de cómo vendió a sus compinches, de cómo intentó sobornar a quienes lo atraparon y de cómo compró luego su libertad.
Más que pirata, cucaracha. Ésa es la definición.
¿Cómo se puede ser tan indigno? ¿Por qué si optaste por delinquir al menos no asumís las consecuencias de tus actos?
Al menos, el Capitán Garfio tenía “códigos”. Palabra que repudio, pero que dada la voltereta en el aire de esta cucaracha, cobra cierta valía.
Un ejemplo de “dignidad”, si se quiere verlo así, lo ofreció uno de los acusados en el caso de las coimas IBM – Banco Nación, ALFREDO ALBERTO ALDACO, que reconoció “expresamente la existencia” del delito “y la responsabilidad que por el mismo se le atribuye”, según consta en el expediente penal.
Aldaco fue más allá. Y allá por noviembre de 2009, dijo: “No encuentro justificación alguna para mi pasada conducta puesto que tenía la cultura, la educación y la ideología necesaria para haber rechazado cualquier tipo de oferta. [...] Pude haber dicho simplemente no y renunciar al cargo que por entonces ocupaba. Hace más de quince años que esos momentos me son recurrentes y verdaderamente nunca encontré una razón lógica ante tamaña confusión de valores. Durante todo este tiempo me acompañaron sensaciones de vergüenza, dolor y fundamentalmente arrepentimiento. La única forma que encontré para enmendar lo actuado fue someterme a la justicia de la forma mas transparente posible, devolver todo el dinero depositado en el exterior, trabajar dignamente, reiniciar mi vida y tratar de ser cada día mejor persona”.
El lector puede creer en su arrepentimiento o no. Pero las evidencias están allí: “Cuando se dictó la prisión preventiva me presente inmediatamente. Se me ofreció desde ir detenido a Gendarmería hasta una prisión domiciliaria. Simplemente solicité ir donde iban todos los procesados en mi condición. Estuve detenido en Villa Devoto en un pabellón común de trabajadores durante 57 días. Le prohibí a mi entonces abogado defensor presentar cualquier recurso para obtener la libertad. Igualmente la Cámara me la concedió cuando liberó a otro de los imputados ya que, entendió que lo actuado por el Tribunal de primera instancia no se ajustaba a derecho. A fines de julio de 1997 en el momento en que estaba siendo liberado solicité se me dejara detenido. Se me dijo que el tema estaba terminado, que me olvidara…en ese momento la única respuesta que pensé que podía darle a la sociedad fue no salir de mi domicilio durante seis años salvo para ir a trabajar. En ese lapso no pisé ni un restaurante, cine o espectáculo artístico o deportivo. Nunca fui de vacaciones, ni participé de acontecimiento social alguno. Absolutamente nada durante seis años (el monto máximo de la pena por cohecho)".
Con esto, concluyo, quiero decir que se puede ser ladri y digno al mismo tiempo. O se puede ser un pirata de lo más bajo. Es una cuestión, como siempre, de elección.
Disculpas por tan larga digresión, volvemos a nuestra programación habitual.
pd: el texto completo de IBM – Banco Nación, acá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario