Ergo: GRACIAS.
Con la debida autorización de Editorial Planeta, Perfil publicó completo uno de los capítulos del libro, el 14°, "Miami Beach".
Y dice:
Ustedes no tienen ningún interés en que esto trascienda —les clarificó Carlos Sergi.
A su lado, asintió Miguel Czysch.
Ulrich Bock y Andrés Truppel se tragaron sus insultos y buscaron una salida elegante. No del hotel Sheraton Bal Harbour donde conversaban, en el corazón de Miami Beach, sino del apriete.
—Ocurre que yo tengo mandato para negociar, pero no para decidir. Tendré que consultarlo en Munich –acotó Bock.
—Muy bien, transmítale entonces a sus superiores que nos deben entre 37 y 39 millones de dólares.
—Eso no será viable. Dentro de SBS se apartaron 40 millones de dólares para este tipo de “contingencias”, pero también tenemos que hacer frente a las exigencias del grupo de Blas Medina y de Hugo Franco, por lo que necesitamos su ayuda para cuadrar todos los pagos.
La indignación de Sergi, juran dentro de Siemens, sería palpable aún por las salas de reuniones del Sheraton si no fuera que al hotel y beach resort lo demolieron en noviembre de 2009.
“El Padrino” vociferó que a Medina no le debían nada, que él ya le había pagado su porción y que, llegado el caso, él se encargaría de negociar con ese contact-man.
El ingeniero tampoco ocultó su fastidio porque, según él a pedido del ex CEO de Siemens Argentina, Luis Schirado [foto, abajo], había sido él quien les había entregado dinero a ciertos funcionarios decisivos. Y al 6 de julio de 2001, mientras conversaban junto a las palmeras y la bonita vista del Océano Atlántico, todavía le daban vueltas con el reintegro.
¿A quienes les había pagado? ¿A los del menemismo? ¿A los de la Alianza? ¿Era acaso cierto lo que decía? ¿O era otro de sus cuentos para fortalecer un reclamo de su exclusivo interés?
A Bock le daba igual lo que hubiera pasado antes. Lo que tenía claro es que quedaban por resolver los 12 millones de dólares que aún reclamaba el ex interventor de Migraciones, Hugo Franco. Para sí, para su jefe directo, el ex ministro del Interior Carlos Corach, y para más arriba también.
Carlos Saúl Menem llevaba 29 días detenido por la Causa Armas en la quinta de su amigo Armando Gostanián en Don Torcuato. Pero eso en la Florida parecía resbalarles. Lo relevante no era su arresto domiciliario que la “mayoría automática” de la Corte Suprema de Justicia revertiría meses después. Lo importante eran las deudas pendientes.
Tras todo el viernes metidos en la sala de reuniones que reservaron en el Sheraton, el acuerdo tomó forma.
Primero, los 39 millones de dólares disponibles por Bock y Truppel se repartirían entre dos grupos: uno bajo la órbita de Sergi y el otro bajo la responsabilidad de Herbert Steffen, para cumplir con las deudas “alrededor del Ministerio del Interior”, a través de unas so¬ciedades uruguayas.
Segundo, a Sergi le pagarían los 27 millones de dólares que se habían acordado allá en Munich, pero no los otros 12 millones que ahora reclamaba en Miami. Un tramo de 22,2 millones los recibiría a través de un nuevo “contrato de asesoramiento” de Siemens con la suiza MFast. Y los restantes 4,8 millones mediante la compra de acciones de la firma argentina Invercasa, controlante de la argentina Mailfast SA junto a la sociedad uruguaya Penguin Holding SA, también vinculada a “El Padrino”, a Czysch y a Angel Bahjat Orfali.
Tercero, Siemens debería abonar lo que correspondía a Sergi durante los 14 días siguientes.
Cuarto, los pagos fluirían a través de distintos canales. Es decir, de sociedades pantalla. Así, 11,1 millones de dólares deberían transferirse a MFast, en Suiza, quizá al banco Berner Kantonalbank AG, a la cuenta CH37007790016241178665; y los restantes 15,9 millones se desperdigarían entre Linfarm Inc. SA, Silverlinks Company Ltd., Consultora Neelrey SA y la siempre presente Rodmarton Ltd.
Quinto, con el efectivo pago de esos 27 millones de dólares, Sergi no tendría más nada que reclamarle a Siemens.
Caballeros de bien, por supuesto, no hubo abogados, ni escribanos para rubricar el acuerdo. Sólo la palabra de cada uno a modo de garantía. Porque, al decir de Czysch, y a pesar de la “extorsión” que dijo sentir Bock, se daban por “satisfechos con un apretón de manos, dada la cooperación de largos años”.
Por lo que ocurrió 10 días después, sin embargo, la palabra empeñada fue a todas luces insuficiente.
Ya en Munich, Bock intentó cerrar la historia, al punto que procuró coordinar la forma jurídica con el síndico adjunto de Siemens AG, Wilfried Walisch –también miembro del “crisis team” por el Proyecto DNI–, y con los abogados de MFast del estudio Fischer & Gukelberger.
Desde Buenos Aires, Truppel también avanzó lo que pudo y le envió un fax a Bock en alemán, aunque con la confianza mutua que les daba lo vivido juntos en Miami y alejado de los formalismos germánicos saludó con un “Querido Uli”.
En el fax le expuso que “como se discutió, te envío las facturas, firmadas y en negro”, aunque le recomendó retocar lo necesario para ajustar los papeles.
¿Qué papeles y qué facturas? Los necesarios para modificar el contrato con Invercasa y así pagar los 4,8 millones de dólares que debían fluir a través de ese canal.
“Uli” llegó incluso a extender uno de los cheques millonarios.
Pero el nuevo director comercial de SBS y presidente del directorio de área de esa compañía entre 2001 y 2002, Reinhart Bubendorfer, que llevaba tres meses en el puesto y que como tal era el superior directo de Bock y de Eberhard Reichert, el otro responsable directo en Alemania por el Proyecto DNI, se negó a darle la segunda firma que requería el pago. Más aun, le increpó a Bock el acuerdo al que había arribado en el estado de Florida. Le recriminó “cómo podía defender los intereses de Sergi”.
Bubendorfer se opuso, a pesar de los reclamos airados de Truppel, que comenzó a contarle las amenazas que recibía, y de Steffen, que le enumeró múltiples razones políticas y comerciales para que destrabara los fondos. Incluso se resistió a la orden de su jefe en SBS, Friedrich Fröschl, aquel que en 1999 había viajado hasta Nueva York para cerrar el acuerdo secreto por Itron con Franco Macri.
—¿Por qué voy a firmar yo? ¿Para qué? Que lo firme otro –los frenaba Bubendorfer.
—Es que necesitamos tu firma. ¡En la Argentina estamos en riesgo! –lo urgía Truppel.
Bubendorfer optó por cortar por lo sano. Convocó al Chief Financial Officer (CFO) global de la compañía y miembro de su directorio central, Heinz-Joachim Neubürger, y a su síndico y máximo ejecutivo anticorrupción, Albrecht Schäfer, a un encuentro en Munich con Truppel y “Mister Argentina” Steffen que distó de ser agradable.
—¿Sabe quién es él? –lo inquirió Bubendorfer a Truppel, mientras apuntaba a Schäfer, el canoso de bigotes y ojos claros como el agua que escuchaba a su lado–. ¿Se lo presento? Ahora, pasemos en limpio. ¿Tienen algo para decir?
—Necesitamos 30 millones de dólares para honrar ciertas deudas –esbozó Steffen, que obvió precisar quiénes eran los acreedores o las causas de esa obligación.
—Imposible –lo frenó Schäfer–. Si no existen requerimientos lega¬les para sostenerlos, no podemos apoyar nuevos reclamos.
Para complicar aun más la situación, su segundo, Wilfried Walisch, optó por cubrirse sus espaldas y puso por escrito aquello que su jefe sólo les comunicó de palabra. Redactó un memo contrario al acuerdo sellado en Miami tras concluir que podría ser ilegal y que los papeles que aportó Sergi no alcanzaban para destrabar los millones de dólares requeridos.
Así que Truppel, Bock y Steffen sintieron que, como en el juego de la oca, la situación retrocedía hasta el casillero previo a la reunión en Miami, lo que le comunicaron a Czysch y al cuñado de “El Padrino”, Carlos “Charlie” Soriano, en Munich. Eso sí, y dadas las amenazas que florecían por Buenos Aires, no aludieron a la negativa; optaron por decirles que los pagos no se podían concretar de inmediato “debido a dificultades técnicas”.
“Mister Argentina” sentía –o al menos eso dijo sentir cuando declaró años después ante los investigadores de la Fiscalía I de Munich– que le respiraban en la nuca y que Franco era capaz de cualquier cosa. Hasta de atentar contra su vida o su seguridad física. Por algo lo calificó de “matón”.
¿Hasta qué punto eran ciertas esas amenazas? Nadie en las oficinas centrales de Siemens AG lo sabía a ciencia cierta. Sí conocían los rumores y versiones sobre un ejecutivo argentino que se habría refugiado en España. O sobre el supuesto secuestro de un chiquito, hijo de otro ejecutivo, por una deuda impaga en otro negociado de la compañía, algo que desde la filial argentina niegan a rajatabla.
Sí coinciden todos, sin embargo, en que quienes aludían a las presiones y amenazas como algo inherente al Proyecto DNI eran Truppel y Steffen, que estaban metidos hasta sus cogotes en el barro por órdenes de Uriel Sharef, el “Profesor Neurus” de sonrisa permanente, ya fuera tras comunicar un ascenso o un despido o estuviera en un velorio, pero ambos concentraban las sospechas de sus propios colegas.
“Pues sí, a veces sospechaba que Truppel se enriquecía”, resumió Bock ante los fiscales que lo interrogaron, varios años después. Sospechas que extendió a Steffen, aunque no pudo decir bien por qué. Una cuestión de pálpito. O quizá que veía a Steffen ser “íntimo de Sergi”. O que él “quería pagar la menor cantidad de dinero posible y a veces [le] sorprendía la forma en que ciertas personas defendían los pagos”.
Lo irónico de la situación es que, al mismo tiempo, Sharef era el presidente formal de Siemens Argentina –justo por encima del CEO, Schmidt– y había participado como miembro del directorio mundial de Siemens AG en la aprobación de la nueva Guía de Conducta Corporativa que con gran suficiencia ética imponía que “ningún empleado podrá directa o indirectamente ofrecer o entregarle ventajas injustificadas a terceros en relación a acuerdos de negocios, ni en forma pecuniaria ni como cualquier otro beneficio”.
La Guía quedó en desuso tan pronto como entró en vigencia por una simple cuestión cuantitativa. No sólo por el escaso personal asignado a controlar las operaciones de toda la multinacional. También, porque no alcanzaba a los lobbistas como Manuel Vázquez, que nadaban en las aguas turbias como rémoras pegadas al tiburón y no eran alcanzados por sus reglas de convivencia. El 16 de agosto de 2001, le escribió a su jefe de ICS que había concretado una “larguísima reunión con el ‘Abogado’ del Ministerio” para averiguar qué pasaría con lo que debían cobrar por la auditoría encomendada a la consultora Swipco ahora que el contrato con Siemens era parte del pasado.
Vázquez nunca identificó por su nombre al “Abogado”, al que se refirió así, con “A” mayúscula, aunque por lo que escribió, ese letrado jugó un doble juego. Sabía del Proyecto DNI, accedía a información gubernamental y asesoraba a los privados: “Este señor me dijo que no tiene la menor duda de que Swipco debe recibir una suculenta indemnización del gobierno y de lo que reciba Siemens”. No sólo eso, también le sugirió “cómo debemos encarar nuestro reclamo”. Y por si hiciera falta, Vázquez acotó en su postdata: “este Abogado está a mi disposición para lo que necesite”.
¿A cambio de qué? ¿Por amor al arte? ¿O su amistad del “Abogado” con Vázquez era tan estrecha que estaban por encima de los intereses del Ministerio que debía defender?
Sergi también podía pasar por debajo de los nuevos y supuestos radares teutones creados por la “Guía de Conducta Corporativa”, pero al menos sí quedó pegoteado en Buenos Aires por la “Comisión Especial Investigadora sobre Hechos Ilícitos vinculados con el Lavado de Dinero” que presentó lo que pronto se conoció como “el Informe Carrió”.
“Se recomienda investigar a Carlos Sergi”, alertaron los diputados liderados por la dirigente opositora Elisa Carrió. Lo identificaron como dueño de Celulosa Argentina e interlocutor asiduo del empresario, lobbista y cuñado presidencial, Emir Yoma, también preso en la Causa Armas, como surgía de las pletóricas agendas de su ex secretaria, Lourdes Di Natale, la muchacha devenida en testigo locuaz que moriría dos años después de un modo extrañísimo.
Marcelo Cattáneo, IBM-Banco Nación, José Luis Cabezas, Alfredo Yabrán, Emir Yoma, Lourdes Di Natale… amenazas, presiones, aprietes, extorsiones… el cóctel de los negocios y el poder era peligroso y podía resultar letal.
El 31 de agosto de 2001, varios de los que bailaban dentro de Siemens intentaron pasar en limpio la situación. Por enésima vez. Y no sería la última.
Reunidos en la sede central de Siemens AG, en el palacio que perteneció al príncipe Ludwig Ferdinand von Wittelsbacher en Munich, nueve ejecutivos se congregaron alrededor de una mesa. Asistieron miembros del directorio mundial –Sharef y Volker Jung, el de los iraníes mejor que los argentinos–; el CEO de SBS, Friedrich Fröschl, su subalterno del “no”, Reinhart Bubendorfer; uno de los abogados que compartían su negativa, el síndico Schäfer; y también Steffen, Truppel, Kutschenreuter y hasta el CFO global de la compañía, Neubürger.
Truppel reiteró el aspecto más concreto y perentorio de todo el asunto: él y su familia estaban amenazados. Y Steffen planteó, una vez más, las razones políticas y comerciales por las que ameritaba pagar.
Cuando le llegó el turno, sin embargo, Schäfer reafirmó su visión reticente sobre el trasfondo jurídico del asunto y las dificultades lega¬les de acatar lo pactado en Miami a través de MFast o cualquier otra firma pantalla.
Sharef decidió esquivar ese escollo jurídico. Planteó que si no se le podía pagar a Sergi porque su reclamo carecía de un respaldo legal o contractual sólido, que Sergi entonces planteara un arbitraje. Si eso ocurría, abundó, Siemens perdería –o más bien se dejaría perder–, y luego le pagarían el resarcimiento económico que impusiera el tribunal arbitral.
A Albrecht Schäfer, sin embargo, algo no le cerraba de todo eso. ¿Quién era Sergi? ¿Y Franco? ¿Existían esas supuestas amenazas a Truppel y su familia? Volvió a su oficina, ordenó sus papeles y revisó su agenda. Decidió aprovechar una conferencia regional de la compañía que se celebraría en unos días más en Buenos Aires para hurgar un poco.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 lo engancharon en pleno viaje.
pd: el texto, como lo publicó el diario Perfil, acá.
A Bock le daba igual lo que hubiera pasado antes. Lo que tenía claro es que quedaban por resolver los 12 millones de dólares que aún reclamaba el ex interventor de Migraciones, Hugo Franco. Para sí, para su jefe directo, el ex ministro del Interior Carlos Corach, y para más arriba también.
Carlos Saúl Menem llevaba 29 días detenido por la Causa Armas en la quinta de su amigo Armando Gostanián en Don Torcuato. Pero eso en la Florida parecía resbalarles. Lo relevante no era su arresto domiciliario que la “mayoría automática” de la Corte Suprema de Justicia revertiría meses después. Lo importante eran las deudas pendientes.
Tras todo el viernes metidos en la sala de reuniones que reservaron en el Sheraton, el acuerdo tomó forma.
Primero, los 39 millones de dólares disponibles por Bock y Truppel se repartirían entre dos grupos: uno bajo la órbita de Sergi y el otro bajo la responsabilidad de Herbert Steffen, para cumplir con las deudas “alrededor del Ministerio del Interior”, a través de unas so¬ciedades uruguayas.
Segundo, a Sergi le pagarían los 27 millones de dólares que se habían acordado allá en Munich, pero no los otros 12 millones que ahora reclamaba en Miami. Un tramo de 22,2 millones los recibiría a través de un nuevo “contrato de asesoramiento” de Siemens con la suiza MFast. Y los restantes 4,8 millones mediante la compra de acciones de la firma argentina Invercasa, controlante de la argentina Mailfast SA junto a la sociedad uruguaya Penguin Holding SA, también vinculada a “El Padrino”, a Czysch y a Angel Bahjat Orfali.
Tercero, Siemens debería abonar lo que correspondía a Sergi durante los 14 días siguientes.
Cuarto, los pagos fluirían a través de distintos canales. Es decir, de sociedades pantalla. Así, 11,1 millones de dólares deberían transferirse a MFast, en Suiza, quizá al banco Berner Kantonalbank AG, a la cuenta CH37007790016241178665; y los restantes 15,9 millones se desperdigarían entre Linfarm Inc. SA, Silverlinks Company Ltd., Consultora Neelrey SA y la siempre presente Rodmarton Ltd.
Quinto, con el efectivo pago de esos 27 millones de dólares, Sergi no tendría más nada que reclamarle a Siemens.
Caballeros de bien, por supuesto, no hubo abogados, ni escribanos para rubricar el acuerdo. Sólo la palabra de cada uno a modo de garantía. Porque, al decir de Czysch, y a pesar de la “extorsión” que dijo sentir Bock, se daban por “satisfechos con un apretón de manos, dada la cooperación de largos años”.
Por lo que ocurrió 10 días después, sin embargo, la palabra empeñada fue a todas luces insuficiente.
Ya en Munich, Bock intentó cerrar la historia, al punto que procuró coordinar la forma jurídica con el síndico adjunto de Siemens AG, Wilfried Walisch –también miembro del “crisis team” por el Proyecto DNI–, y con los abogados de MFast del estudio Fischer & Gukelberger.
Desde Buenos Aires, Truppel también avanzó lo que pudo y le envió un fax a Bock en alemán, aunque con la confianza mutua que les daba lo vivido juntos en Miami y alejado de los formalismos germánicos saludó con un “Querido Uli”.
En el fax le expuso que “como se discutió, te envío las facturas, firmadas y en negro”, aunque le recomendó retocar lo necesario para ajustar los papeles.
¿Qué papeles y qué facturas? Los necesarios para modificar el contrato con Invercasa y así pagar los 4,8 millones de dólares que debían fluir a través de ese canal.
“Uli” llegó incluso a extender uno de los cheques millonarios.
Pero el nuevo director comercial de SBS y presidente del directorio de área de esa compañía entre 2001 y 2002, Reinhart Bubendorfer, que llevaba tres meses en el puesto y que como tal era el superior directo de Bock y de Eberhard Reichert, el otro responsable directo en Alemania por el Proyecto DNI, se negó a darle la segunda firma que requería el pago. Más aun, le increpó a Bock el acuerdo al que había arribado en el estado de Florida. Le recriminó “cómo podía defender los intereses de Sergi”.
Bubendorfer se opuso, a pesar de los reclamos airados de Truppel, que comenzó a contarle las amenazas que recibía, y de Steffen, que le enumeró múltiples razones políticas y comerciales para que destrabara los fondos. Incluso se resistió a la orden de su jefe en SBS, Friedrich Fröschl, aquel que en 1999 había viajado hasta Nueva York para cerrar el acuerdo secreto por Itron con Franco Macri.
—¿Por qué voy a firmar yo? ¿Para qué? Que lo firme otro –los frenaba Bubendorfer.
—Es que necesitamos tu firma. ¡En la Argentina estamos en riesgo! –lo urgía Truppel.
Bubendorfer optó por cortar por lo sano. Convocó al Chief Financial Officer (CFO) global de la compañía y miembro de su directorio central, Heinz-Joachim Neubürger, y a su síndico y máximo ejecutivo anticorrupción, Albrecht Schäfer, a un encuentro en Munich con Truppel y “Mister Argentina” Steffen que distó de ser agradable.
—¿Sabe quién es él? –lo inquirió Bubendorfer a Truppel, mientras apuntaba a Schäfer, el canoso de bigotes y ojos claros como el agua que escuchaba a su lado–. ¿Se lo presento? Ahora, pasemos en limpio. ¿Tienen algo para decir?
—Necesitamos 30 millones de dólares para honrar ciertas deudas –esbozó Steffen, que obvió precisar quiénes eran los acreedores o las causas de esa obligación.
—Imposible –lo frenó Schäfer–. Si no existen requerimientos lega¬les para sostenerlos, no podemos apoyar nuevos reclamos.
Para complicar aun más la situación, su segundo, Wilfried Walisch, optó por cubrirse sus espaldas y puso por escrito aquello que su jefe sólo les comunicó de palabra. Redactó un memo contrario al acuerdo sellado en Miami tras concluir que podría ser ilegal y que los papeles que aportó Sergi no alcanzaban para destrabar los millones de dólares requeridos.
Así que Truppel, Bock y Steffen sintieron que, como en el juego de la oca, la situación retrocedía hasta el casillero previo a la reunión en Miami, lo que le comunicaron a Czysch y al cuñado de “El Padrino”, Carlos “Charlie” Soriano, en Munich. Eso sí, y dadas las amenazas que florecían por Buenos Aires, no aludieron a la negativa; optaron por decirles que los pagos no se podían concretar de inmediato “debido a dificultades técnicas”.
“Mister Argentina” sentía –o al menos eso dijo sentir cuando declaró años después ante los investigadores de la Fiscalía I de Munich– que le respiraban en la nuca y que Franco era capaz de cualquier cosa. Hasta de atentar contra su vida o su seguridad física. Por algo lo calificó de “matón”.
¿Hasta qué punto eran ciertas esas amenazas? Nadie en las oficinas centrales de Siemens AG lo sabía a ciencia cierta. Sí conocían los rumores y versiones sobre un ejecutivo argentino que se habría refugiado en España. O sobre el supuesto secuestro de un chiquito, hijo de otro ejecutivo, por una deuda impaga en otro negociado de la compañía, algo que desde la filial argentina niegan a rajatabla.
Sí coinciden todos, sin embargo, en que quienes aludían a las presiones y amenazas como algo inherente al Proyecto DNI eran Truppel y Steffen, que estaban metidos hasta sus cogotes en el barro por órdenes de Uriel Sharef, el “Profesor Neurus” de sonrisa permanente, ya fuera tras comunicar un ascenso o un despido o estuviera en un velorio, pero ambos concentraban las sospechas de sus propios colegas.
“Pues sí, a veces sospechaba que Truppel se enriquecía”, resumió Bock ante los fiscales que lo interrogaron, varios años después. Sospechas que extendió a Steffen, aunque no pudo decir bien por qué. Una cuestión de pálpito. O quizá que veía a Steffen ser “íntimo de Sergi”. O que él “quería pagar la menor cantidad de dinero posible y a veces [le] sorprendía la forma en que ciertas personas defendían los pagos”.
Lo irónico de la situación es que, al mismo tiempo, Sharef era el presidente formal de Siemens Argentina –justo por encima del CEO, Schmidt– y había participado como miembro del directorio mundial de Siemens AG en la aprobación de la nueva Guía de Conducta Corporativa que con gran suficiencia ética imponía que “ningún empleado podrá directa o indirectamente ofrecer o entregarle ventajas injustificadas a terceros en relación a acuerdos de negocios, ni en forma pecuniaria ni como cualquier otro beneficio”.
La Guía quedó en desuso tan pronto como entró en vigencia por una simple cuestión cuantitativa. No sólo por el escaso personal asignado a controlar las operaciones de toda la multinacional. También, porque no alcanzaba a los lobbistas como Manuel Vázquez, que nadaban en las aguas turbias como rémoras pegadas al tiburón y no eran alcanzados por sus reglas de convivencia. El 16 de agosto de 2001, le escribió a su jefe de ICS que había concretado una “larguísima reunión con el ‘Abogado’ del Ministerio” para averiguar qué pasaría con lo que debían cobrar por la auditoría encomendada a la consultora Swipco ahora que el contrato con Siemens era parte del pasado.
Vázquez nunca identificó por su nombre al “Abogado”, al que se refirió así, con “A” mayúscula, aunque por lo que escribió, ese letrado jugó un doble juego. Sabía del Proyecto DNI, accedía a información gubernamental y asesoraba a los privados: “Este señor me dijo que no tiene la menor duda de que Swipco debe recibir una suculenta indemnización del gobierno y de lo que reciba Siemens”. No sólo eso, también le sugirió “cómo debemos encarar nuestro reclamo”. Y por si hiciera falta, Vázquez acotó en su postdata: “este Abogado está a mi disposición para lo que necesite”.
¿A cambio de qué? ¿Por amor al arte? ¿O su amistad del “Abogado” con Vázquez era tan estrecha que estaban por encima de los intereses del Ministerio que debía defender?
Sergi también podía pasar por debajo de los nuevos y supuestos radares teutones creados por la “Guía de Conducta Corporativa”, pero al menos sí quedó pegoteado en Buenos Aires por la “Comisión Especial Investigadora sobre Hechos Ilícitos vinculados con el Lavado de Dinero” que presentó lo que pronto se conoció como “el Informe Carrió”.
“Se recomienda investigar a Carlos Sergi”, alertaron los diputados liderados por la dirigente opositora Elisa Carrió. Lo identificaron como dueño de Celulosa Argentina e interlocutor asiduo del empresario, lobbista y cuñado presidencial, Emir Yoma, también preso en la Causa Armas, como surgía de las pletóricas agendas de su ex secretaria, Lourdes Di Natale, la muchacha devenida en testigo locuaz que moriría dos años después de un modo extrañísimo.
Marcelo Cattáneo, IBM-Banco Nación, José Luis Cabezas, Alfredo Yabrán, Emir Yoma, Lourdes Di Natale… amenazas, presiones, aprietes, extorsiones… el cóctel de los negocios y el poder era peligroso y podía resultar letal.
El 31 de agosto de 2001, varios de los que bailaban dentro de Siemens intentaron pasar en limpio la situación. Por enésima vez. Y no sería la última.
Reunidos en la sede central de Siemens AG, en el palacio que perteneció al príncipe Ludwig Ferdinand von Wittelsbacher en Munich, nueve ejecutivos se congregaron alrededor de una mesa. Asistieron miembros del directorio mundial –Sharef y Volker Jung, el de los iraníes mejor que los argentinos–; el CEO de SBS, Friedrich Fröschl, su subalterno del “no”, Reinhart Bubendorfer; uno de los abogados que compartían su negativa, el síndico Schäfer; y también Steffen, Truppel, Kutschenreuter y hasta el CFO global de la compañía, Neubürger.
Truppel reiteró el aspecto más concreto y perentorio de todo el asunto: él y su familia estaban amenazados. Y Steffen planteó, una vez más, las razones políticas y comerciales por las que ameritaba pagar.
Cuando le llegó el turno, sin embargo, Schäfer reafirmó su visión reticente sobre el trasfondo jurídico del asunto y las dificultades lega¬les de acatar lo pactado en Miami a través de MFast o cualquier otra firma pantalla.
Sharef decidió esquivar ese escollo jurídico. Planteó que si no se le podía pagar a Sergi porque su reclamo carecía de un respaldo legal o contractual sólido, que Sergi entonces planteara un arbitraje. Si eso ocurría, abundó, Siemens perdería –o más bien se dejaría perder–, y luego le pagarían el resarcimiento económico que impusiera el tribunal arbitral.
A Albrecht Schäfer, sin embargo, algo no le cerraba de todo eso. ¿Quién era Sergi? ¿Y Franco? ¿Existían esas supuestas amenazas a Truppel y su familia? Volvió a su oficina, ordenó sus papeles y revisó su agenda. Decidió aprovechar una conferencia regional de la compañía que se celebraría en unos días más en Buenos Aires para hurgar un poco.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 lo engancharon en pleno viaje.
pd: el texto, como lo publicó el diario Perfil, acá.
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