Y sí, a veces pasa. Lo que es relevante para algunos (los argentinos) no lo es tanto para otros (el resto del mundo).
Eso ocurrió, en este caso, con lo que se convirtió en el recuadro del adelanto que publicó LA NACION. La nota "central" es más relevante para los argentinos porque involucra al poderosísimo ministro de Planificación Federal, Julio de Vido.
Pero el recuadro, muy por el contrario, se concentra en los viajes a 24 países de África, Asia, Oceanía y Micronesia que el grupete que se involucró en el "caso Antonini" organizó, gestionó y financió UN AÑO ANTES. Todo, vale remarcar, por orden del Ministro de Justicia e Interior venezolano y bajo la coordinación de la Cancillería venezolana. ¿Objetivo? Lograr que Hugo Chávez ingresara al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU).
pd1: sí, no insistan, de todo tengo papeles.
pd2: sí, no insistan, subiré los papeles a este blog (cuando sepa cómo! ja!)
pd3: uno de los pasajeros de esos vuelos, el entonces vicecanciller Vladimir Villegas, confirmó en público que él fue uno de los viajeros.
Todo esto y más pueden leerlo (comprando el libro). El adelanto, acá: http://www.lanacion.com.ar/1168176.
O, más simple, acá:
La petrodiplomacia de Chávez
A través de Carlos Kauffmann y Franklin Durán, dos empresarios venezolanos que recorrieron el mundo con dinero y promesas, el gobierno chavista intentó seducir voluntades para reemplazar a la Argentina en el Consejo de Seguridad de la ONU
A mediados de 2006, el presidente Hugo Chávez se lanzó a recorrer el mundo. Soñaba con reemplazar a la Argentina en el decisivo Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) a partir de enero de 2007 y por los siguientes dos años. Visitó Rusia, Belarús, Qatar, Irán y Siria, donde, el 30 de agosto, el presidente Bachar al Asad le ofreció el caramelo que tanto ansiaba: respaldaría su candidatura, le prometió, "para que sea la voz que apoye a todos los países".
Pero allí no concluyó la ofensiva de Chávez por llegar al Consejo de Seguridad. Cuatro grupos de venezolanos extendieron su campaña por los lugares más remotos. Todos con la misma dinámica: sobres en los que la República Bolivariana expresó su voluntad de tejer negocios -en especial petroleros y financieros- con esos países y, por supuesto, su interés por representarlos con fidelidad en el club más selecto de la ONU. Valijas cargadas de promesas de un mundo mejor, de ilusiones, de proyectos y de riquezas.
Quienes estaban detrás de esos vuelos contra el capitalismo eran, cruel ironía, dos empresarios beneficiados por el mercantilismo local más espurio, Franklin Durán y Carlos Kauffmann, muy conocidos dentro del mundillo venezolano de clase alta, pero ignotos para el gran público.
Durán y Kaufmann recibieron la orden de financiar y organizar los vuelos a esos 24 países bajo la dirección de la Cancillería venezolana, en rigor, una mezcla de pedido, de amenaza y de promesa de futuros negocios. Todo eso sazonado con una garantía oficiosa de que el ministro del Interior y Justicia, Pedro Carreño, cubriría los gastos, una promesa que luego se transfirió a las arcas de PDVSA, lo que confirma el involucramiento del gobierno venezolano en la idea, ejecución y pago de los vuelos.
Desde el gobierno bolivariano, recurrir a empresarios para tareas propias del Estado resultaba ventajoso. Le permitía mantener todo el asunto fuera de la lupa pública; si algo salía mal, además, era más difícil probar la mano chavista, y si todo salía bien, el operativo se pagaba sin controles de auditoría, lo que a su vez facilitaba algún negociado. Y, quizá lo más relevante de todo, la orden se cumplía muchísimo más rápido.
Desde la perspectiva de Durán y Kaufmann, el pedido reportaba múltiples beneficios: acceso a funcionarios de alto nivel, cobro de favores millonarios y, por encima de todo, poder. Pero también resultaba un pedido al que era difícil negarse, más aún si su firma, Venoco, vivía de las ubres de PDVSA y otras áreas del Estado y sus petrodólares.
Así fue como estos empresarios pusieron manos a la obra, como volverían a hacerlo un año después para intentar acallar a su amigo, Guido Alejandro Antonini Wilson, cuando se hizo público el escándalo de la valija en el Aeroparque Jorge Newbery.
Teléfonos, contactos y billetera mediante, dieron las órdenes preliminares. Pero, por un lado, Franklin Durán no hablaba inglés con la fluidez suficiente para discutir los detalles necesarios del operativo. Y por el otro, Kauffmann mantenía su prescindencia para el trabajo cotidiano. Eso quedaba para otros. Es decir, para Durán y el entonces amigo de ambos, Antonini, quien caería en desgracia en 2007 con una valija que no era suya en Buenos Aires.
A cambio de una vaga promesa de que recibiría US$ 200.000 cuando ellos cobraran el operativo, Antonini se encargó de hablar por teléfono con American Express, en inglés, para destrabar los pagos con la tarjeta Centurión, la negra e ilimitada de Franklin.
Pero allí no concluyó la ofensiva de Chávez por llegar al Consejo de Seguridad. Cuatro grupos de venezolanos extendieron su campaña por los lugares más remotos. Todos con la misma dinámica: sobres en los que la República Bolivariana expresó su voluntad de tejer negocios -en especial petroleros y financieros- con esos países y, por supuesto, su interés por representarlos con fidelidad en el club más selecto de la ONU. Valijas cargadas de promesas de un mundo mejor, de ilusiones, de proyectos y de riquezas.
Quienes estaban detrás de esos vuelos contra el capitalismo eran, cruel ironía, dos empresarios beneficiados por el mercantilismo local más espurio, Franklin Durán y Carlos Kauffmann, muy conocidos dentro del mundillo venezolano de clase alta, pero ignotos para el gran público.
Durán y Kaufmann recibieron la orden de financiar y organizar los vuelos a esos 24 países bajo la dirección de la Cancillería venezolana, en rigor, una mezcla de pedido, de amenaza y de promesa de futuros negocios. Todo eso sazonado con una garantía oficiosa de que el ministro del Interior y Justicia, Pedro Carreño, cubriría los gastos, una promesa que luego se transfirió a las arcas de PDVSA, lo que confirma el involucramiento del gobierno venezolano en la idea, ejecución y pago de los vuelos.
Desde el gobierno bolivariano, recurrir a empresarios para tareas propias del Estado resultaba ventajoso. Le permitía mantener todo el asunto fuera de la lupa pública; si algo salía mal, además, era más difícil probar la mano chavista, y si todo salía bien, el operativo se pagaba sin controles de auditoría, lo que a su vez facilitaba algún negociado. Y, quizá lo más relevante de todo, la orden se cumplía muchísimo más rápido.
Desde la perspectiva de Durán y Kaufmann, el pedido reportaba múltiples beneficios: acceso a funcionarios de alto nivel, cobro de favores millonarios y, por encima de todo, poder. Pero también resultaba un pedido al que era difícil negarse, más aún si su firma, Venoco, vivía de las ubres de PDVSA y otras áreas del Estado y sus petrodólares.
Así fue como estos empresarios pusieron manos a la obra, como volverían a hacerlo un año después para intentar acallar a su amigo, Guido Alejandro Antonini Wilson, cuando se hizo público el escándalo de la valija en el Aeroparque Jorge Newbery.
Teléfonos, contactos y billetera mediante, dieron las órdenes preliminares. Pero, por un lado, Franklin Durán no hablaba inglés con la fluidez suficiente para discutir los detalles necesarios del operativo. Y por el otro, Kauffmann mantenía su prescindencia para el trabajo cotidiano. Eso quedaba para otros. Es decir, para Durán y el entonces amigo de ambos, Antonini, quien caería en desgracia en 2007 con una valija que no era suya en Buenos Aires.
A cambio de una vaga promesa de que recibiría US$ 200.000 cuando ellos cobraran el operativo, Antonini se encargó de hablar por teléfono con American Express, en inglés, para destrabar los pagos con la tarjeta Centurión, la negra e ilimitada de Franklin.
Por todo el mundo
Antonini también intermedió con la empresa que coordinó los vuelos, Atlantic Aviation Flight Services, de Massachusetts. Y con la Cancillería venezolana. Las órdenes le llegaban de un diplomático de carrera, Hernani Escobar Iglesias, aunque las decisiones las tomaba Camilo Crespo, uno de los referentes políticos del ministerio y mano derecha del flamante canciller, Nicolás Maduro.
El esquema de trabajo pronto incluyó cuatro grupos de pasajeros que se repartieron las regiones o continentes.
El "Grupo 1" se encargó del sudeste asiático, con paradas previstas, que luego se modificaron sobre la marcha. Los pasajeros Vladimir Villegas y María Elizabeth Rodríguez enfilaron hacia la República Democrática Popular de Laos, el Sultanato de Brunei, Timor Occidental, Myanmar y Tailandia.
La travesía del "Grupo 2" era digna de la National Geographic Society. A bordo del Lear Jet VH-LJJ rumbearon hacia Papúa, Nueva Guinea, Islas Salomón, Vanuatu, República de Kiribati, Tuvalu, Samoa, Nueva Zelanda, Nueva Caledonia y la isla Nauru, conocida como la "isla nación más pequeña del mundo".
Muy distinto fue el panorama para el "Grupo 3", que no llegó tan lejos de Venezuela, pero también deambuló por destinos inusuales para un turista burgués: Burundi, Tanzania, Madagascar y Seychelles, Uganda y Ruanda.
El último pelotón, el "Grupo 4", concentró sus energías -y dinero-, en el sudeste africano: Malawi, Zambia, escala en Johanesburgo, y de allí a Lesoto y Suazilandia, antes de retornar a Sudáfrica.
Para cuando el último jet aterrizó el 13 de septiembre de 2006 en Nueva Zelanda, las cuentas se acumularon hasta conformar una sola factura. Se libró el 3 de octubre a "Leche Inc.", otra de las empresas de Durán, quien logró que "inflaran" los costos, con la idea de extraerle más dinero a la gran chequera chavista. De ese modo, la aventura que iba a costar alrededor de US$ 600.000 aumentó hasta US$ 1.168.334.
Aun así, Chávez perdió. No llegó al Consejo de Seguridad por culpa de su verborragia. Por aquella diatriba sobre el "diablo" George W. Bush y su aviso de que olía a "azufre" en la sede de la ONU. Y Kauffmann y Durán no cobraron un solo dólar.
El esquema de trabajo pronto incluyó cuatro grupos de pasajeros que se repartieron las regiones o continentes.
El "Grupo 1" se encargó del sudeste asiático, con paradas previstas, que luego se modificaron sobre la marcha. Los pasajeros Vladimir Villegas y María Elizabeth Rodríguez enfilaron hacia la República Democrática Popular de Laos, el Sultanato de Brunei, Timor Occidental, Myanmar y Tailandia.
La travesía del "Grupo 2" era digna de la National Geographic Society. A bordo del Lear Jet VH-LJJ rumbearon hacia Papúa, Nueva Guinea, Islas Salomón, Vanuatu, República de Kiribati, Tuvalu, Samoa, Nueva Zelanda, Nueva Caledonia y la isla Nauru, conocida como la "isla nación más pequeña del mundo".
Muy distinto fue el panorama para el "Grupo 3", que no llegó tan lejos de Venezuela, pero también deambuló por destinos inusuales para un turista burgués: Burundi, Tanzania, Madagascar y Seychelles, Uganda y Ruanda.
El último pelotón, el "Grupo 4", concentró sus energías -y dinero-, en el sudeste africano: Malawi, Zambia, escala en Johanesburgo, y de allí a Lesoto y Suazilandia, antes de retornar a Sudáfrica.
Para cuando el último jet aterrizó el 13 de septiembre de 2006 en Nueva Zelanda, las cuentas se acumularon hasta conformar una sola factura. Se libró el 3 de octubre a "Leche Inc.", otra de las empresas de Durán, quien logró que "inflaran" los costos, con la idea de extraerle más dinero a la gran chequera chavista. De ese modo, la aventura que iba a costar alrededor de US$ 600.000 aumentó hasta US$ 1.168.334.
Aun así, Chávez perdió. No llegó al Consejo de Seguridad por culpa de su verborragia. Por aquella diatriba sobre el "diablo" George W. Bush y su aviso de que olía a "azufre" en la sede de la ONU. Y Kauffmann y Durán no cobraron un solo dólar.
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