Un optimista del pesimismo.
Así podría definirse a Peter Munk, el mandamás de Barrick Gold, la compañía minera más grande del mundo que llegó para quedarse y disparar la polémica en la Argentina. Un empresario que logró extraer agua -además de gas, petróleo, oro y montañas de dólares- de las piedras, y que ahora embolsa aún más pilas de dinero gracias a la crisis económica y financiera internacional.
Interlocutor asiduo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y otros muchos jefes de Estado, Munk se mueve como anfitrión de las cúspides del poder mundial desde hace décadas. Con ellos dialoga y cierra negocios millonarios, como los de Veladero y Pascua Lama entre la Argentina y Chile, los que más de una vez levantaron polvareda y denuncias.
Munk prefiere, sin embargo, seguir su camino, que ahora incluye la filantropía millonaria (con previa deducción de impuestos). Nada parece afectarlo. Ni modera su lengua desatada y a menudo políticamente incorrecta, ni lo lleva a elegir mejor a sus socios -que incluyen traficantes de armas, megalavadores de dinero vinculados al caso BCCI o la mafia rusa-, ni sus amistades, que abarcan fiestas con los Rothschild y Khaddafy.
Eso podría deberse a la vara con la que mide las dificultades. La vara de los campos de exterminio nazis.
pd1: el resto de la nota, en el suplemento Enfoques de LA NACION (acá).
pd2: más datos sobre la Barrick, en "El Mal", el necesario libro de Miguel Bonasso (ver acá).
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