“¿Por qué querían que esté en Casa Rosada? ¿Por qué la insistencia? ¿Por qué querían que me siente en la primera fila? ¿Por qué querían que me siente junto a Rafael Ramírez?”. Quien se hace todas estas preguntas es Guido Alejandro Antonini Wilson, el hombre de la valija, que dos años y medio después, la madrugada del 4 de agosto, parece no encontrar respuestas.Tranquilo y luego de varios contactos previos decide hablar en exclusiva con PERFIL, justo un día después de que la Justicia argentina obtuviera el video que demuestra que estuvo en el Salón Blanco de la Casa Rosada, 48 horas después del decomiso de los 800 mil dólares. Algo que el Gobierno argentino negó de manera enfática. “Yo no soy un santo, pero no soy un pillo”, dice Antonini, quien repite con exactitud la frase de Aníbal Fernández cuando lo trató de “mequetrefe de alquiler”. “Siempre dije la verdad”, asegura.
El tono de su voz suena relajado y aclara que por una cuestión judicial no va hablar de la causa en la que se lo investiga por presunto lavado de dinero. En 45 minutos de entrevista telefónica con PERFIL desde Miami, contó con precisión cada minuto de su estadía en Buenos Aires, el 6 de agosto de 2007. Ese mismo día entró a la Casa Rosada acompañado por Victoria Bereziuk, la ex secretaría de Claudio Uberti, el hombre que manejaba los negocios con Venezuela y ex director del Occovi.
“Antes del acto fuimos a almorzar a un restaurante de Puerto Madero. Gente alta de PDVSA y Diego Uzcátegui, hombre fuerte de PDVSA. Creo que algunos formaban parte de la comitiva oficial de Chávez”, recuerda Antonini. “Quédate tranquilo, ellos te tienen que sacar de esto”, relata Wilson que le repetía Diego Uzcátegui entre vino y vino. Antonini también asegura que Uzcátegui le sugirió que se haga cargo del dinero, pague la multa y se quede con la otra mitad. “Si mostraba cooperación, me trataban como un rey; si me negaba, se encargaban de presionarme”, cuenta.
—¿Cómo le llegó la invitación a la Casa Rosada?
—Luego del almuerzo me volví al hotel. Estaba fresco y poniendose oscuro. Me llamó Marjorie y me dijo que teníamos un acto en la Casa Rosada y me pasó con Victoria.
A lo largo del reportaje, el nombre de Marjorie Gutiérrez aparecerá una y otra vez. Se trata de una directiva de PDVSA, que viajó en el avión de los 800 mil dólares. Lo mismo ocurrirá con Victoria, por Bereziuk, o Daniel y Diego por los Uzcátegui.
Por la tarde, Antonini paseó por la calle Alvear, miró algunas vidrieras y regresó a la habitación del hotel Sofitel. El reloj marcaba cerca de las 17: “Me saqué los blue-jeans, me puse un pantalón más acorde, el blazer que tenía y una bufanda, para que no se notara que no tenía corbata. A los pocos minutos del llamado, ya estaban en la puerta. Victoria estaba inquieta e insistente, me repetía que me tenía que apurar”, reconstruye. De acuerdo al relato de Wilson, Bereziuk llegó al Sofitel acompañada por Marjorie Gutiérrez a bordo de un Toyota Corolla.
“Entramos por un lateral. No nos dejaban ingresar con el vehículo. Victoria bajó el vidrio y mostró una credencial, pero le dijeron que no podía ingresar. Hizo un llamado telefónico.Volvió a mostrar su credencial y la dejaron pasar”, explica.
De acuerdo a un nota realizada por el diario La Nación, José María Olazagasti, secretario personal de Julio De Vido, habría sido el enlace que les permitió la entrada.
—¿En algún momento se les pidió algún tipo de identificación?
—Nunca. Entramos por un costado. Subimos unas escaleras y llegamos a un lugar donde había unos detectores de metales iguales a los de los aeropuertos, pero nosotros pasamos por un costado. Salteamos el control sin que nadie nos pregunte nada.
Antonini asegura que ya dentro de la Rosada llegaron a otro lugar, con otro detector de metales y que cuando lo iban a sortear, el encargado de seguridad le exigió que pase por el control. Bereziuk dijo que estaba con ella y permitio que tanto él, como Marjorie lleguen hasta el salón sin quedar registrados en ningún lugar.
“Antes de entrar nos detuvimos en una sala. Ahí había más gente y estaban las Abuelas de Plaza de Mayo. Había para tomar unos jugos y unos sandwichs. Luego ingresamos al Salón Blanco. Fuimos los primeros en llegar”, agrega.
—¿No le sorprendió la falta de control?
—Me di cuenta lo que era tener poder. Había mucho control, muchos policías, incluso disfrazados de cosas especiales, y nadie nos preguntó nada. Yo sabía que eso pasaba porque estaba junto a la gente de De Vido.
“Diego me agarró y me dijo que me siente adelante, junto a Rafael Ramírez (presidente de PDVSA y funcionario de Hugo Chávez). Querían que esté en primera fila. Dije que la silla era muy frágil, y me quedé parado unas filas más atrás. Era una excusa para no sentarme en ese lugar. No quería estar ahí. ‘Tu te vas a sentar con los jefes’, me dijo Diego”. El relato es pausado, por momentos entreverado, pero muy seguro. “Antes de que empezara el acto, Uberti me vio y me saludó con un buen gesto, pero yo no se lo devolví. El sabía lo que estaba pasando”
El acto transcurrió con normalidad. Todo había quedado registrado en las cámaras de canal 7. “Por el pasillo central se acercó Uberti, estaba como escudándose detrás de De Vido que me saludó con una palmada en el hombro y me sonrió. No sé qué me quizo decir con eso”, explica Antonini. “Viste, está todo arreglado”, le dijo Gutiérrez.
“Después del acto salimos por unas puertas laterales y me estaba esperando Daniel, que no había podido entrar, en un Mercedez Benz negro. Teníamos una cena donde se suponía que también iba a estar Uberti. Fuimos a la Rosa Negra de San Isidro, pero Uberti dijo que no lo habían dejado ir. Nada me extrañaba ya. Se creía Al Capone. Ellos querían celebrar porque se suponía que lo del maletín ya había pasado. Yo ya pensaba que estaba muy jodido”.
Después de la cena Bereziuk Antonini y otros fueron al Gran Danzón. un bar. Allí Bereziuk recibió un llamado en el que le avisaban que el caso ya estaba en la prensa. “Me dijo que me quedara tranquilo, que los habíamos cagado, que no tenían mi nombre y que al otro día ya nadie se iba acordar de esto. Incluso me dijo que dé la cara. ‘Dale, vamos a bailar’, me dijo”, explica el venezolano.
Antonini se enojó porque sentía que no le decían la verdad, y dejó a Bereziuk. Llegó al Sofitel, se pegó un bañó y miró el horario del primer avión que salía de Buenos Aires. Dio unas vueltas en taxi. A las 6 de la mañana se embarcó rumbó a Montevideo. Era el 7 de agosto, todo el mundo ya lo buscaba.