Ya otra vez en Buenos Aires, lo que me llevé de la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación (Colpin) incluyó:
1. La potencia periodística de Brasil, capaz de investir recursos humanos y económicos en investigaciones que pueden insumir dos años de trabajo silencioso. El resultado más visible es la caída de varios ministros por corrupción, pero también hallazgos sobre la compra de tierras por extranjeros o las "guerras secretas" del país, entre muchas otras joyas.
2. El coraje periodístico de Colombia. Porque en la Argentina aún es "fácil" (nótese las comillas) trabajar en este oficio, pero comparado con lo que afrontan los colegas colombianos es una pavada. Allí las investigaciones sobre paras, narcos o guerrilla a menudo desembocan en amenazas concretas y el exilio de los periodistas, cuando no su asesinato por sicarios.
3. La presión desembozada en Ecuador. El periodismo independiente/crítico del presidente Rafael Correa sabe a qué atenerse: juicios multimillonarios y digitados. ¿Un ejemplo? El diario El Universo publicó una columna de opinión que fastidió al mandatario, que demandó al periodista, los editores y al diario. A una velocidad de relámpago salió el fallo de primera instancia; la apelación se definirá en pocos días más, aunque dos de los tres camaristas fueron removidos y uno de ellos reemplazado por un amigo y compañero de colegio de... el abogado del Presidente.
4. La valía de la propia Colpin. Centrada más en la metodología de investigación que en las investigaciones en sí (o dicho de otro modo, ¿qué puede importarle a un colega costarricense, por ejemplo, quién es Ricardo Jaime?), permite aprender nuevas herramientas (quien investigó un tema petrolero en su país explica cómo lo investigó y sugiere caminos para quien evalúe hacer lo propio en su propio país). Además, fomenta la discusión de ideas y proyectos, y genera nuevos contactos que luego pueden resultar vitales en futuras pesquisas.
5. La idea del periodismo como Highlander. Porque podrán cerrarse medios de comunicación, reducirse redacciones, achicarse presupuestos y eliminarse equipos de investigación. Pero nada de eso impide que haya periodistas que con una lapicera y un pedazo de papel busquen información y la difundan. Como lo hizo Rodolfo Walsh durante la dictadura, valiéndose de lo que pudo para su Carta Abierta. O como ahora lo hacen colegas extraordinarios en Nicaragua. La certeza de que actúa con pasión es imparable. Gracias a ellos por su ejemplo.
Estas son mis impresiones iniciales. Espero subir, también, las conclusiones formales del encargado de analizar la Colpin.
Y, por supuesto, GRACIAS al IPyS, a Transparencia Internacional y a Guayaquil (y a sus iguanas) por cuatro días (y un premio) que jamás olvidaré. ¡Salutes!
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