De vez en cuando, ocurre.
Alguien viene y te cuenta con detalles precisos, concretos y variados cómo se pagó una coima, quiénes cobraron, para qué negocio y cómo fue la operatoria.
Hay ocasiones, por supuesto, en que ese testimonio se cae a pedazos o resulta más o menos sencillo detectar que el/la informante miente en parte o por completo. Un ejemplo paradigmático de esto es Sergio Schoklender, cuyo relato resulta contradictorio -por momentos hasta lo burdo- con tal de exonerarse a sí mismo.
Otras veces, sin embargo, el relato se sostiene. Más aún, tiene numerosas aristas que permiten intuir que es veraz. Tanto por sus detalles específicos (billetes de 500 euros, entre otros) como por su solidez argumental. Y ahí comienza otro desafío: ¿Cómo probarlo?
A veces, una vez cada tanto, el esfuerzo fructifica. En mi caso, así lo sentí tras conversar durante seis horas en pleno escándalo con Mario Pontaquarto, el "arrepentido" de las "Coimas en el Senado". Y siento que logré avanzar hasta cierto nivel con el "caso Antonini" y, más aún, en el Proyecto DNI, que lo plasmé en "Las coimas del gigante alemán".
Pero la mayoría de las veces los esfuerzos por verificar la información queda trunco más tarde o más temprano. Y la frustración es grande. Como cuando nos contaron sobre un determinado valijero, hasta hace meses un perfecto ignoto, que mexicaneó a un poderoso y levantó su perfil con el único objetivo de seguir con vida.
A ese valijero en cuestión lo venimos siguiendo en el diario desde que comenzó el año. Hemos encontrado información sobre él y sus operaciones, nos han contado anécdotas maravillosas y mucho más, pero la "bala de plata", esa que destraba su publicación en la tapa del diario no apareció aún. Quizá nunca la encontremos.
Ese es el desafío casi insoslayable en las investigaciones periodísticas sobre lavado de dinero, corrupción, fraude corporativo y otras linduras de los delitos de cuello blanco. Con un ratio de "eficiencia" que, si me apuran, lo estimo en el 5 por ciento.
En ese caso, habrá que volver a empezar. Y el valijero, mientras tanto, gozará de sus millones en paz... Siempre y cuando el clan al que mexicaneó no lo ajusticie antes...
Gajes de nuestros respectivos oficios.
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