Leonardo
Fariña no tenía plata, título universitario o contactos. Pero era capaz de
ofrecerle el Obelisco a quien se le pusiera delante y prometer ganancias al
desprevenido. Así llegó hasta Lázaro Báez. Y así se hizo millonario. En un
golpe de fortuna que terminó mal, con una huida que continúa hoy, según surge
de los testimonios de 20 personas que lo conocieron durante su ascenso, apogeo
y escándalo, y decenas de declaraciones judiciales, correos electrónicos,
documentos privados y públicos.
La
imagen que surge de Fariña es muy distinta de la que él alienta. Muestra a un
muchacho que hablaba de operaciones millonarias para comprar Telecom con una
familia real del Medio Oriente o de financiar el proyecto Condor Cliff – La
Barrancosa con sus contactos en el Banco de Desarrollo de China, pero que pedía
$ 500 prestados para la cuota de alimentos de su hijo. O que decía ser hijo de Néstor
Kirchner –y fue el epicentro de un llamado, y acaso de un encuentro en Roma- de
la Presidenta, pero volvía a su ciudad, La Plata, en colectivo. Hasta que llegó
el momento en que, a fines de 2010, se ganó la confianza del socio K. Y luego su
furia.
Pero puesto
a decirlo todo y proponerlo todo, Leonardo Fariña llegó a alturas inusuales. Poco
después de la muerte de Néstor Kirchner, en octubre de 2010, comenzó a afirmar
entre algunos interlocutores que era hijo del ex Presidente, mientras que a
otros les dijo que no era su vástago, pero sí que lo conocía y que tenía un
vínculo con él. ¿Por qué? ¿Para que se le abrieran puertas en el Gobierno y en
el sector privado que de otro modo hubieran permanecido siempre cerradas? Sólo
él lo sabe.
pd: el resto del reportaje publicada ayer en LA NACIÓN, acá.
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