Desde fines del año pasado, con Santiago O’Donnell competimos por los Wikileaks. Y ahora, disfruto con su libro "Argenleaks" (Editorial Sudamericana, 354 páginas) en mis manos.
La puja comenzó allá por la fecha en que The New York Times, Der Spiegel, Le Monde, The Guardian y El País filtraron los primeros cables del Departamento de Estado de Estados Unidos. De inmediato, ambos bregamos por acceder a la información (Clarín, por algún motivo que ignoro no intentó o no logró obtener el material).
Por mi parte, mantuve incluso reuniones en Madrid con el equipo de El País, llamé a varios contactos posibles, mandé e-mails, insistí y pedí una y otra vez, sin suerte, hasta que me fui de vacaciones.
Al volver, sentí el amargo sabor de la derrota periodística. “El Osito”, tal uno de los apodos de Santiago –con quien coincidí por breve tiempo en LA NACION, tan poco que no puedo calificarlo de “amigo”, pero a quien respeto como a pocos colegas-, me había ganado. Para peor, cuando me llamaron de Wikileaks, me informaron que me habían enviado un par de e-mails durante mis vacaciones, lo cual agudizó la amargura de la derrota.
De allí en más, afronté el desafío de recuperar terreno y encontrar novedades dentro del material que El País, primero, y Página 12, después, ya hurgaban.
Así fue como publicamos mucho material que, estimo, tiene valía periodística. Pero todo lo valioso sobre
Con el paso de las semanas y los artículos periodísticos nuestros y ajenos, sin embargo, comencé a percibir un cierto “agotamiento” del material, es decir, que aunque hurgaba durante horas no encontraba nada demasiado relevante, aunque a la vez conservaba el temor a perderme lo más relevante, la joya en el barro, por no continuar la búsqueda.
Hasta que, tras pasarme dos días completos buscando sin fortuna entre las más de 7600 páginas (Times New Roman, tamaño 10, interlineado sencillo), colgué los botines, poco antes o poco después –no recuerdo- de que Santiago hiciera lo propio en Página 12.
Ahora, la publicación de “ArgenLeaks” confirma mi impresión de que había agotado la búsqueda de material sustancial. Pero Santiago completó una tarea tanto o más valiosa que la búsqueda en sí: su sistematización.
“Osito” lo logra de manera precisa, profesional y responsable. Precisa porque quita la hojarasca que rodea a las perlas del material; profesional porque evita el maniqueísmo y la publicación parcializada (en la que luego, sin embargo, sí cayeron algunos medios que promovieron el libro hasta ahora); y responsable porque evitó la difusión de datos sensibles sobre, por ejemplo, una operación con agentes encubiertos de la DEA en territorio fronterizo argentino.
Algunos podrán plantear que Wikileaks vino a difundir TODA la información obtenida. Pero eso es falso. Por el contrario, los cinco grandes diarios convencieron a Julian Assange de que debían ocultar los nombres de agentes encubiertos o de informantes cuyas vidas de otro modo correrían riesgos. Y Assange aceptó. De hecho, tras ese replanteo, todos los medios alrededor del mundo que accedieron al material debieron comprometerse, por escrito, a tapar esos nombres sensibles.
Ahora, en suma, Santiago O’Donnell completa, del mejor modo, el proceso de difusión del material confidencial del Departamento de Estado sobre
"Osito" encaró el desafío de ofrecer una visión enciclopédica de los "ArgenLeaks" y lo logró con creces. Escribió un libro necesario y muy recomendable para quien quiere ver cómo es la vida cotidiana del poder, la prensa y la diplomacia.
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