Puestos a bailar, el núcleo duro dentro de Siemens eligió a uno entre todos ellos como el encargado de la clandestinidad: el ingeniero Reinhard Siekaczek [foto].
Lo escogieron, aunque suene paradojal, por su pulcritud y su honestidad personal. ¿Cómo es eso? Pues que no podían correr riesgos de un derrape si optaban por un pródigo, un borracho o un mujeriego. Y, como máximo, a Siekaczek sólo podían enrostrarle que le gustaba darse sus gustos en el buen comer, como atestiguaba su abdomen algo generoso. Pero nada más.
El ingeniero de figura rechoncha y nariz puntiaguda primero se negó a aceptar el encargo, según contaría muchos años después a la Justicia alemana. Pero terminó por ceder aquella noche ante lo que percibió como una realidad inmutable: si las coimas no continuaban, perderían licitaciones frente a las otras multinacionales que sí adornaban a granel alrededor del mundo. Ergo, adiós contratos. Ergo, miles de empleados -quizá ellos mismos- perderían sus puestos de trabajo. Ergo, sobornar era un mal necesario para impedir un mal mayor. Ergo, coimear orillaba con una obligación moral.
Muy pronto, Siekaczek se ganaría un apodo dentro del circuito negro de Siemens: “El Banquero”. Aunque él prefirió otro más irónico y, a la vista de todo lo que ocurrió luego, más profético: “El Maestro del Desastre”.
pd1: más datos, en el libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario